jueves, 18 de febrero de 2010

desmitificando



La vida privada de Sherlock Holmes supone la excusa para adentrarnos en la filmografía de Wilder. Y la pregunta de rigor: ¿por qué precisamente la revisión del detective consultor más famoso de la literatura? Principalmente porque se trata de una obra que nos entretiene y nos convence. Pero también porque nos parece que sintetiza magistralmente las características del cine de Wilder: diálogos ágiles y muy ingeniosos, sobre todo en los primeros veinte minutos; recursos de estilo como el de la puesta en escena donde la posición de los actores, su silencios, resuelven, con una economía de medios sorprendente, multitud de conflictos internos que posibilitan la comprensión de la historia y de sus personajes; el uso de la ironía favorecido por una trama rocambolesca y disparatada para explicar lo enrevesado que somos cuando queremos convencernos de nuestros engaños. Es de 1970 y Wilder ha hecho ya unas cuantas obras que posiblemente perduraran por mucho tiempo.

Las anécdotas que giran en torno a esta producción son múltiples: desde el intento de suicidio del actor principal Robert Stephens, hasta la mutilación que la productora hizo de la obra original. Y la ambición de su autor queda registrada en las tres horas de la primera versión. De todas formas creémos que estamos ante una obra enorme. La pareja de personajes protagonistas dibujados por Wilder y su fiel colaborador I.A.L. Diamond no traicionan a sus homónimos literarios. El espíritu se mantiene: la resolución de problemas por medio de la inteligencia, el aislamiento de Holmes, su misoginia, su afición a la cocaína por un lado y la admiración evidente por parte de su cronista, compañero y narrador, el doctor Watson, con su complicidad y ayuda accidental, conexión de Holmes con el mundo y contraste para resaltar y suavizar las asperezas gélidas de aquél. Sólo que con diferencias en la exposición dramática de dichas cualidades. Y estos matices son los que desmitifican al héroe: ¿cómo puede ser la vida privada de un hombre, cuya única ocupación estriba en el constante ejercicio de su inteligencia? Solitario hombre moderno que se entretiene en una eterna partida de ajedrez. Wilder analiza precisamente eso, el punto débil de Holmes son los sentimientos. La sutileza en la que se muestran la ambigua y casi monástica vida sexual (Wilder confesaría luego que no tuvo el suficiente valor para mostrar la homosexualidad latente del personaje) con un exquisito juego en los diálogos, haciendo uso de la circunspección aparatosa y cómica del asunto del principio: aquél relato sobre los aspirantes a fecundar a la gran bailarina Petrova, que sirve para hacernos la pregunta sobre la naturaleza íntima de nuestro detective. Prontamente nos desviaremos del eje central (los sentimientos de Holmes) con un nuevo caso, que sin saberlo será la trampa y la excusa para descubrir que la lógica no lo resuelve todo. Mientras tanto lo legendario con el mito del monstruo del lago ness, y el artificio de la trama nos invita a la aventura sin olvidar el peligro inherente, el personaje de Gabrielle con sus mensajes en morse por medio de su sombrilla, encarna uno de los juicios de Holmes sobre las mujeres y su desconfianza hacia ellas.



La interpretación de ambos actores es uno de los platos fuertes de la obra, su convivencia normalizada con algún que otro apunte cómico, de verdadera pareja de hecho, la ingenuidad de Watson y su preocupación constante por el amigo y su adicción a las drogas, se combina con el orgullo y la ferviente admiración por el genio de aquél.

La música de Miklos Rozsa es otra de las razones por la que decidimos escoger esta película. En realidad se trata en su mayoría salvo la parte dedicada a la visita de los castillos, del concierto Opus Nº4 para violín. Su autonomía y su cadencia romántica con una melodía que puede desvelarnos la profundidad de un personaje en apariencia distante y desconocedor de los impulsos del corazón, supone el contrapunto y la voz interna, el aspecto más vulnerable de Sherlock Holmes.

A Wilder y a su cine volveremos en próximos programas. Su biografía, verdadera obra picaresca, y su propensión a inventar relatos que adornen, cuando no oculten, su pasado, merecerían varias películas y quizás alguna que otra novela. Las vidas imaginarias de Wilder fueron varias pero las reales también. El autor de joyas como El apartamento, El crepúsculo de los dioses, Primera plana o Con faldas y a lo loco, nació el 22 de junio de 1906 en el seno de una familia judía en Sucha Beskidzka, un pueblo del sur de Cracovia (circunstancialmente ya que los negocios del padre les obliga a no tener domicilio fijo). En el hotel de su padre Max el joven Billie (cuyo verdadero nombre era Samuel como su abuelo materno, aunque se le puso el nombre de Billie por Bufalo Bill) ya con seis años servía de gancho para que los clientes habituales pudieran ganar algo de dinero apostando al billar. Billie era tenaz, divertido y muy inteligente. Practicó el periodismo sensacionalista, con un estilo que ya apuntaba maneras sobre sus cualidades literarias y su aguda ironía y profunda observación sobre el comportamiento humano. Estando en Berlín sin dinero practicó la prostitución durante dos meses, y también esribió guiones que firmaba Robert Liebman de la Ufa. Y con una versión (hoy en día se diría remake) de una película escrita por él en Hollywood comenzó a sonar su nombre en la meca del cine (la ascensión del partido nacionalsocialista forzaría el resto).

Desde nuestro programa Rosebud invitamos a los que nos oyen a sumergirse en la obra de Billie Wilder, aquel que vivió casi un siglo, tan viejo como el cine, al que las poductoras le cerrarían el grifo en 1980, por ser una inversión peligrosa. Wilder viviría varias décadas más tras su jubilación impuesta. Sería testigo del cine de otros jóvenes, escucharía sus alabanzas como la de Trueba al recoger el oscar por Belle epoque, concedería entrevistas a otros jóvenes como Chris Columbus o Cameron Crowe. Billie Wilder cineasta, quizás dios.
Óscar Hernández